lunes, 5 de marzo de 2018

Las habichuelas anti-pis. Cuento para niños


Cuento para niños: habichuelas mágicas
Pedrito y su madre eran muy pobres. Un día, su madre le dijo:
- Pedrito, tenemos que vender la vaca porque nos hace falta el dinero. Mañana acércate al pueblo a ver si alguien nos la puede comprar.
Al día siguiente, Pedrito se levantó muy temprano y se llevó la vaca. Ya en el pueblo, un comerciante le dijo:
- Si me vendes esa vaca, te doy estas habichuelas mágicas y con ellas podrás hacer todo lo que quieras.
Pedrito pensó que le vendrían muy bien para dejar de hacerse pis en la cama, un problema que le atormentaba desde hacía mucho tiempo y al que no le encontraba solución. Así que vendió la vaca al comerciante y volvió a casa tan contento.
Al ver que el niño había vendido la vaca por un puñado de habichuelas, su madre se llevó un disgusto tan grande que arrojó las habichuelas por la ventaja.
Pedrito, muy triste, pensó que había hecho algo malo.
Al día siguiente, vio que había una enorme planta en el lugar donde su madre había tirado las habichuelas.
Como era un niño muy curioso, trepó por la planta para ver lo que había en lo alto. Trepando y trepando, llegó a un país lleno de riquezas y de tesoros, que estaba custodiado por un ogro malvado.
En un descuido del ogro, Pedrito le cogió una gallina que ponía huevos de oro y un cofre lleno de monedas.
Pedrito entendió así que con esfuerzo, podía conseguir lo que se propusiera, y aquella noche no se hizo pis.
Gracias a la gallina y al cofre, Pedrito y su madre ya no eran tan pobres, y su madre estaba muy contenta por Pedrito no mojar más la cama.
Un día la planta se secó y Pedrito no pudo subir más; él pensó que volvería a mojar la cama, pero eso ya no ocurrió nunca más. Sus esfuerzos habían valido la pena.

FIN

PLATERO Y YO

Niña con burro
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negros.
Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas... Lo llamo dulcemente: '¿Platero?', y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal.
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas, mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel.
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo (...)
Leo en un Diccionario: ASNOGRAFÍA, s.f.: Se dice, irónicamente, por descripción del asno. ¡Pobre asno! ¡Tan bueno, tan noble, tan agudo como eres!
Irónicamente... ¿Por qué? ¿Ni una descripción seria mereces, tú, cuya descripción cierta sería un cuento de primavera? ¡Si al hombre que es bueno debieran decirle asno! ¡Si al asno que es malo debieran decirle hombre! Irónicamente... De ti, tan intelectual, amigo del viejo y del niño, del arroyo y de la mariposa, del sol y del perro, de la flor y de la luna, paciente y reflexivo, melancólico y amable, Marco Aurelio de los prados.
Platero, que sin duda comprende, me mira fijamente con sus ojazos lucientes, de una blanda dureza, en los que el sol brilla, pequeñito y chispeante en un breve y convexo firmamento verdinegro. ¡Ay! ¡Si su peluda cabezota idílica supiera que yo le hago justicia, que yo soy mejor que esos hombres que escriben Diccionarios, casi tan bueno como él!
Y he puesto al margen del libro: ASNOGRAFÍA, sentido figurado: Se debe decir, con ironía, ¡claro está!, por descripción del hombre imbécil que escribe Diccionarios (...)
Un momento, Platero, vengo a estar con tu muerte. No he vivido. Nada ha pasado. Estás vivo y yo contigo... Vengo solo. Ya los niños y las niñas son hombres y mujeres. La ruina acabó su obra sobre nosotros tres - ya tú sabes- , y sobre su desierto estamos de pie, dueños de la mejor riqueza: la de nuestro corazón. 
¡Mi corazón! Ojalá el corazón les bastara a ellos dos como a mí me basta. Ojalá pensaran del mismo modo que yo pienso. Pero, no; mejor será que no piensen... Así no tendrán en su memoria la tristeza de mis maldades, de mis cinismos, de mis impertinencias.
¡Con qué alegría, qué bien te digo a ti estas cosas que nadie más que tú ha de saber!... Ordenaré mis actos para que el presente sea toda la vida y les parezca el recuerdo; para que el sereno porvenir les deje el pasado del tamaño de una violeta y de su color, tranquilo en la sombra, y de su olor suave. 
Tú, Platero, estás solo en el pasado. Pero ¿qué más te da el pasado a ti que vives en lo eterno, que, como yo aquí, tienes en tu mano, grana como el corazón de Dios perenne, el sol de cada aurora?
FIN

La pequeña vendedora de fósforos. Cuentos navideños


Cuento de la niña de los fósforos
¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer; era la última noche del año, la noche de San Silvestre. Bajo aquel frío y en aquella oscuridad, pasaba por la calle una pobre niña, descalza y con la cabeza descubierta... Verdad es que al salir de su casa llevaba zapatillas, pero, ¡de qué le sirvieron!
Eran unas zapatillas que su madre había llevado últimamente, y a la pequeña le venían tan grandes, que las perdió al cruzar corriendo la calle para librarse de dos coches que venían a toda velocidad.
Una de las zapatillas no hubo medio de encontrarla, y la otra se la había puesto un mozalbete, que dijo que la haría servir de cuna el día que tuviese hijos. Y así la pobrecilla andaba descalza con los desnudos piececitos completamente amoratados por el frío.
En un viejo delantal llevaba un puñado de fósforos, y un paquete en una mano. En todo el santo día nadie le había comprado nada, ni le había dado un mísero chelín; volvíase a su casa hambrienta y medio helada, ¡y parecía tan abatida, la pobrecilla!
Los copos de nieve caían sobre su largo cabello rubio, cuyos hermosos rizos le cubrían el cuello. En un ángulo que formaban dos casas -una más saliente que la otra-, se sentó en el suelo y se acurrucó hecha un ovillo.
Encogía los piececitos todo lo posible, pero el frío la iba invadiendo, y, por otra parte, no se atrevía a volver a casa, pues no había vendido ni un fósforo, ni recogido un triste céntimo. Su padre le pegaría, además de que en casa hacía frío también; sólo los cobijaba el tejado, y el viento entraba por todas partes, pese a la paja y los trapos con que habían procurado tapar las rendijas.
Tenía las manitas casi ateridas de frío. ¡Ay, un fósforo la aliviaría seguramente! ¡Si se atreviese a sacar uno solo del manojo, frotarlo contra la pared y calentarse los dedos! Y sacó uno: «¡ritch!». ¡Cómo chispeó y cómo quemaba! Dio una llama clara, cálida, como una lucecita, cuando la resguardó con la mano; una luz maravillosa.
Le pareció a la pequeñuela que estaba sentada junto a una gran estufa de hierro, con pies y campana de latón; el fuego ardía magníficamente en su interior, ¡y calentaba tan bien! La niña alargó los pies para calentárselos a su vez, pero se extinguió la llama, se esfumó la estufa, y ella se quedó sentada, con el resto de la consumida cerilla en la mano.
Encendió otra, que, al arder y proyectar su luz sobre la pared, volvió a ésta transparente como si fuese de gasa, y la niña pudo ver el interior de una habitación donde estaba la mesa puesta, cubierta con un blanquísimo mantel y fina porcelana.
Un pato asado humeaba deliciosamente, relleno de ciruelas y manzanas. Y lo mejor del caso fue que el pato saltó fuera de la fuente y, anadeando por el suelo con un tenedor y un cuchillo a la espalda, se dirigió hacia la pobre muchachita. Pero en aquel momento se apagó el fósforo, dejando visible tan sólo la gruesa y fría pared.
Encendió la niña una tercera cerilla, y se encontró sentada debajo de un hermosísimo árbol de Navidad. Era aún más alto y más bonito que el que viera la última Nochebuena, a través de la puerta de cristales, en casa del rico comerciante.
Millares de velitas, ardían en las ramas verdes, y de éstas colgaban pintadas estampas, semejantes a las que adornaban los escaparates. La pequeña levantó los dos bracitos... y entonces se apagó el fósforo.
Todas las lucecitas se remontaron a lo alto, y ella se dio cuenta de que eran las rutilantes estrellas del cielo; una de ellas se desprendió y trazó en el firmamento una larga estela de fuego.
- Alguien se está muriendo- pensó la niña, pues su abuela, la única persona que la había querido, pero que estaba muerta ya, le había dicho-:
- Cuando una estrella cae, un alma se eleva hacia Dios.
Frotó una nueva cerilla contra la pared; se iluminó el espacio inmediato, y apareció la anciana abuelita, radiante, dulce y cariñosa.
-¡Abuelita! -exclamó la pequeña-. ¡Llévame, contigo! Sé que te irás también cuando se apague el fósforo, del mismo modo que se fueron la estufa, el asado y el árbol de Navidad.
Se apresuró a encender los fósforos que le quedaban, afanosa de no perder a su abuela; y los fósforos brillaron con luz más clara que la del pleno día. N
unca la abuelita había sido tan alta y tan hermosa; tomó a la niña en el brazo y, envueltas las dos en un gran resplandor, henchidas de gozo, emprendieron el vuelo hacia las alturas, sin que la pequeña sintiera ya frío, hambre ni miedo. Estaban en la mansión de Dios Nuestro Señor.
Pero en el ángulo de la casa, la fría madrugada descubrió a la chiquilla, rojas las mejillas, y la boca sonriente... Muerta, muerta de frío en la última noche del Año Viejo.
La primera mañana del Nuevo Año iluminó el pequeño cadáver, sentado, con sus fósforos, un paquetito de los cuales aparecía consumido casi del todo. «¡Quiso calentarse!», dijo la gente.
Pero nadie supo las maravillas que había visto, ni el esplendor con que, en compañía de su anciana abuelita, había subido a la gloria del Año Nuevo.
FIN

Aladino y la lámpara maravillosa


Aladino. Cuentos tradicionales para niños.
Aladino es un joven muy humilde que, junto con su inseparable mono Abú, se dedica a robar o engañar a la gente de Agrabah para poder sobrevivir, soñando con ser algún día alguien importante.
Un día, Aladino se encuentra con Jasmín, la preciosa hija del Sultán, y se enamora perdidamente de ella. El problema es que las leyes obligan a Jasmín a casarse con un príncipe antes de su próximo cumpleaños.
Inesperadamente, la suerte de Aladino cambia cuando un hechicero llamado Jafar le propone conseguir todas las riquezas que se pueda imaginar a cambio de que él le consiga una vieja lámpara de las profundidades de la Cueva de las Maravillas, donde reside un divertido genio.
Cuando Aladino le da la lámpara a Jafar él lo traiciona y hace que se quede atrapado en la cueva, pero Abú le quita la lámpara a Jafar y consiguen sacar al genio, que les ayuda a escapar de la peligrosa cueva. El genio le dice que puede pedir 3 deseos por haber frotado la lámpara y Aladino utiliza su primer deseo para convertirse en príncipe y poder casarse con Jasmín.
Aladino llega al palacio del Sultán con un gran desfile y pide la mano de la princesa Jasmín. El Sultán acepta encantado, pero esto hace enojar a Jafar, ya que él quería casarse con la princesa para poder convertirse en un poderoso Sultán.
Entonces Jafar logra quitarle la lámpara a Aladino y utiliza su primer deseo para convertirse en Sultán, pero como no logra que le obedezca pide al genia un segundo deseo: convertirse en el más poderoso hechicero del mundo, logrando asó que el Sultán le obedezca y acepte el casamiento entre Jafar y Jasmín.
Aladino no pierde la esperanza y pelea con Jafar para recuperar el amor de la princesa. Pero a Jafar le queda aún un último deseo y pide al genio que le convierta en el genio más poderoso para poder derrotar a Aladino. Lo que no sabía es que al convertirse en genio deberá estar encerrado en una lámpara.
De esta forma, Aladino coge la lámpara con Jafar en su interior y la lanza muy lejos para que nadie lo encuentre jamás. Y así es como Aladino y Jasmín logran casarse y ser muy felices durante el resto de sus vidas.
FIN

La Bella y la Bestia

Cuento La Bella y la Bestia.

Hace muchísimo tiempo había una joven buena y hermosa, a quien las gentes del lugar la llamaban Bella. Llamarla así no era sino una expresión de admiración por la perfección física y espiritual de la muchacha.
El padre de la joven, un acaudalado comerciante, cayó, de la noche a la mañana, en la miseria más triste. Así que padre e hija, habituados a la comodidad que acarrean las riquezas, vieron cómo sus amigos de los buenos tiempos ahora se iban alejando.
Un buen día en que el padre decidió hacer un viaje hacia una feria, pero desgraciadamente se peridó en el bosque. La noche llegó y, con multitud de sombras y ruidos persiguiéndole, encontró un enorme palacio.
Llamó a la puerta y, como nadie contestó, entró en el palacio, recorrió un montón de pasillos lujosos, hasta llegar a una espléndida mesa que estaba servida y comió cuanto pudo. Cuando sació su hambre, eligió un amplio y mullido lecho y se echó a dormir.
Al día siguiente, al continuar el recorrido por el palacio, halló en el establo un caballo perfectamente preparado. Montó en él y, abandonando la señorial mansión, se alejó tranquilamente. 
Apenas hubo avanzado un trecho, se encontró con un hermosísimo jardín, poblado de exóticas y aromáticas flores. No pudiendo resistir la tentación de recoger, se apeó del caballo y arrancó una linda flor para llevársela a la Bella, su hija. Apenas arrancó la flor, el suelo comenzó a temblar y apareció una bestia horripilante, diciendo:
- ¡Insensato! ¡Yo te proporciono el deleite de ver y palpar estas flores, y tú me las robas! ¡Morirás!
El hombre repuso:
- Dueño de estos dominios: jamás creí hacer daño al coger una hermosa flor para llevarla a mi desolada hija.
La Bestia contestó enfadada:
- ¡Yo soy la Bestia! Pero ya que tienes una hija, si ella quiere morir en tu lugar, alégrate, estarás sano y salvo.
Bella, advertida por un hada buena, acudió al palacio y, a pesar de las súplicas de su padre, insistió quedarse en él.
Pero, la Bestia, lejos de hacer pedazos a la joven dama, lo miró con bondad. De modo que todo el palacio lo dispuso para ella. Sólo la eventual presencia del monstruo turbaba su sosiego. Así, la primera vez que la Bestia entró a sus habitaciones, creyó morir de terror. Pero, con el tiempo, fue acostumbrándose a su desagradable compañía.
Bestia, comenzó a sentir algo hacia Bella, pero a ella no le convencía su forma de ser. Con el paso de los días, Bestia cambió su forma de ser y de actuar. Bella veía cada vez más que tenía una belleza interior insuperable y que detrás de esa fea apariencia existía un enorme corazón. 
Se conocieron más y más, y después de mucho tiempo, comenzaron a quererse. Ambos terminaron declarándose su amor y, de inmediato, sucedió un milagro: la Bestia se transformó en un apuesto príncipe. Y éste exclamó completamente feliz:
- ¡Bella, mi hermosa Bella! Yo era un príncipe condenado a vivir bajo la apariencia de un monstruo, hasta que una joven hermosa consintiese en ser mi esposa. Ahora que esto ha sucedido, pongo a tus pies, a la par de mi profundo amor, mis riquezas.
En ese momento, la Bella le dio su mano y lo hizo ponerse de pie. Y mirándose cariñosamente, ambos se estrecharon en un largo y fuerte abrazo. Y, como es de suponer, se casaron y fueron muy felices.
FIN

Cuento del mago Merlín para niños

Érase una vez, en un reino llamado Britania, hace varios siglos nació el príncipe Arturo, hijo del rey Uther. Su madre había muerto poco después del parto, por eso, el rey entregó el bebé al fiel mago Merlín, con el fin que lo educara. Merlín decidió llevar a Arturo al castillo de un caballero, que tenía un pequeño hijo llamado Kay. Por la seguridad del príncipe, el mago ocultó la identidad de su protegido. Cada día, el leal Merlín enseñaba al pequeño Arturo todas las ciencias y, con sus dotes de gran mago, le explicaba los inventos del futuro y muchas fórmulas mágicas más.
Cuento de Merlín el mago
Pasaron los años y el rey Uther murió sin dejar descendencia conocida, así que los caballeros fueron en busca de Merlín:
- Hemos de elegir al nuevo rey -dijeron. Y el mago, haciendo aparecer una espadaclavada a un yunque de hierro, les dijo:
- Esta es la espada Excalibur. Quien logre sacarla ¡será el rey!
Los caballeros probaron uno a uno pero, a pesar de todo su empeño, no lograron moverla.
Arturo y Kay, que eran ya dos vigorosos mozos, iban a participar en un torneo de la ciudad. Al acudir al evento, Arturo reparó que había olvidado la espada de Kay en la posada. Corrió allí pero el local ya estaba cerrado. Arturo se desesperó. Sin su espada, Kay estaría eliminado del torneo. Descubrió así la espada Excalibur.
Tiró de ella y un rayo de luz cayó sobre él, extrayéndola con toda facilidad. Kay vio el sello de la Excalibur y se lo contó a su padre, quien ordenó a Arturo que la devolviera y así volvió a clavarla en el yunque. Los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero fue inútil. Hasta que Arturo de nuevo tomó la empuñadura, volvió a caer un rayo de luz, y la extrajo sin el menor esfuerzo. Todos admitieron que aquel joven, sin título alguno, debía ser el rey de Britania; y desfilaron ante él, jurándole fidelidad.
Merlín, feliz y humilde por su accionar, se retiró a su morada. Pero no pasó mucho tiempo cuando un grupo de traidores se levantaron en armas contra el joven monarca. Merlín intervino, confesando que Arturo era el único hijo del rey Uther; pero los desleales siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados, gracias al valor de Arturo y a la magia de Merlín. Para evitar que la traición se repitiera, Arturo creó la gran mesa redonda, integrada por los caballeros leales al reino. Se casó con la princesa Ginebra, viviendo años dé dicha y prosperidad.
- Ya puedes reinar sin mis consejos, - le dijo Merlín en su despedida- y sigue siendo un rey justo, que la Historia te premiará.

El flautista de Hamelín

El flautista de Hamelin. Cuentos tradicionales.

Hace mucho, muchísimo tiempo, en la próspera ciudad de Hamelín, sucedió algo muy extraño: una mañana, cuando sus gordos y satisfechos habitantes salieron de sus casas, encontraron las calles invadidas por miles de ratones que merodeaban por todas partes, devorando, insaciables, el grano de sus repletos graneros y la comida de sus bien provistas despensas.
Nadie acertaba a comprender la causa de tal invasión, y lo que era aún peor, nadie sabía qué hacer para acabar con tan inquietante plaga.
Por más que pretendían exterminarlos o, al menos, ahuyentarlos, tal parecía que cada vez acudían más y más ratones a la ciudad. Tal era la cantidad de ratones que, día tras día, se adueñaban de las calles y de las casas, que hasta los mismos gatos huían asustados.   
Ante la gravedad de la situación, los hombres de la ciudad, que veían peligrar sus riquezas por la voracidad de los ratones, convocaron al Consejo y dijeron: "Daremos cien monedas de oro a quien nos libre de los ratones".
Al poco se presentó ante ellos un flautista, alto y desgarbado, a quien nadie había visto antes, y les dijo: "La recompensa será mía. Esta noche no quedará ni un sólo ratón en Hamelín".
Dicho esto, comenzó a pasear por las calles y, mientras paseaba, tocaba con su flauta una maravillosa melodía que encantaba a los ratones, quienes saliendo de sus escondrijos seguían embelesados los pasos del flautista que tocaba incansable su flauta.
Y así, caminando y tocando, los llevó a un lugar muy lejano, tanto que desde allí ni siquiera se veían las murallas de la ciudad.
Por aquel lugar pasaba un caudaloso río donde, al intentar cruzarlo para seguir al flautista, todos los ratones perecieron ahogados.
Los hamelineses, al verse al fin libres de las voraces tropas de ratones, respiraron aliviados. Ya tranquilos y satisfechos, volvieron a sus prósperos negocios, y tan contentos estaban que organizaron una gran fiesta para celebrar el feliz desenlace, comiendo excelentes viandas y bailando hasta muy entrada la noche.
A la mañana siguiente, el flautista se presentó ante el Consejo y reclamó a los hombres de la ciudad las cien monedas de oro prometidas como recompensa. Pero éstos, liberados ya de su problema y cegados por su avaricia, le contestaron: "¡Vete de nuestra ciudad! ¿o acaso crees que te pagaremos tanto oro por tan poca cosa como tocar la flauta?".
Y dicho esto, los orondos hombres del Consejo de Hamelín le volvieron la espaldaprofiriendo grandes carcajadas.
Furioso por la avaricia y la ingratitud de los hamelineses, el flautista, al igual que hiciera el día anterior, tocó una dulcísima melodía una y otra vez, insistentemente.
Pero esta vez no eran los ratones quienes le seguían, sino los niños de la ciudadquienes, arrebatados por aquel sonido maravilloso, iban tras los pasos del extraño músico.
Cogidos de la mano y sonrientes, formaban una gran hilera, sorda a los ruegos y gritos de sus padres que en vano, entre sollozos de desesperación, intentaban impedir que siguieran al flautista.
Nada lograron y el flautista se los llevó lejos, muy lejos, tan lejos que nadie supo adónde, y los niños, al igual que los ratones, nunca jamás volvieron.
En la ciudad sólo quedaron sus opulentos habitantes y sus bien repletos graneros y bien provistas despensas, protegidas por sus sólidas murallas y un inmenso manto de silencio y tristeza.
Y esto fue lo que sucedió hace muchos, muchos años, en esta desierta y vacía ciudad de Hamelín, donde, por más que busquéis, nunca encontraréis ni un ratón ni un niño.
FIN

El gato con botas


Cuento tradicional. El gato con botas.
Esta antigua historia comienza con la muerte del molinero, un viejo hombre que vivía con sus tres hijos, entre los cuales repartió su humilde herencia. Para el mayor de los hermanos decidió dejar el molino, al mediano el burro y para el pequeño el gatoque tanta compañía había hecho a la familia.
No es que fuese una gran herencia, pero los hermanos parecían estar de acuerdo, salvo el más joven, que se sentía tan decepcionado, pues cómo iba él a ganarse la vida con un gato que ni siquiera podía comerse. Pero ojo, los gatos son animales astutos e inteligentes, y este hasta hablaba, y al ver a su dueño sumido en tal desgracia se puso manos a la obra. Lo primero que hizo fue pedir a su amo que confiara en él, y este se dejó guiar por el animal, sin mucha esperanza, pues no le quedaba otra; qué podría esperar de un pobre felino como este, se preguntaba.
Después, el minino le pidió dinero, y le dio lo poco que le quedaba; y al rato apareció el gato muy bien vestido, con unas buenas botas e incluso con un gorro a medida, y qué bien se le veía, todo un caballero parecía, pero su dueño estaba enfadado, ya que todo su dinero se había gastado. El gato con gran convicción le respondió que no temiera, que sería una buena inversión; el dueño se calló y asintió con resignación, mientras veía al gato marchar, de caza o a pescar. Y es que buena fama de cazadores tienen los felinos, o al menos los de antaño, y este gatito no sería menos. Se presentó a las puertas del palacio, y cada pieza que cazó al rey se la ofreció, dos conejos, tres liebres para su majestad, en el nombre de su dueño “el Marqués de Carabás”.
Otro día, el gato muy avispado, a la calle salió con su amo, sabiendo que el rey con su hija iría a pasear, y aprovechando la ocasión para fingir que su amo se está ahogando y que unos ladrones le habían robado el traje y también el carruaje. Rápidamente su majestad manda que le atiendan y le vistan con ricos ropajes, y además se empeña en llevarlos hasta sus aposentos. El joven ya no sabía qué hacer, pero el gato recordó que no muy lejos se encontraban las tierras y posesiones de un ogro muy temido en el lugar.Entonces el gato se dirigió hacia el castillo y consiguió, con astucia e ingenio vencer al fuerte ogro y liberar a la población de su opresión.
Y así fue como se apoderaron del castillo y el hijo del molinero consiguió hacerse con el corazón de la princesa, con la que se casó. El más pequeño de los hermanos aprendió a no menospreciar las capacidades, y es que el gato le había enseñado una lección, que era más importante el ingenio y la creatividad que el dinero y el valor material.
FIN

Pulgarcito


Pulgarcito. Cuentos tradicionales para niños.
Una vez hubo un campesino muy pobre que se encontraba frente al fuego mientras su esposa hilaba. Ambos sentían pena por no haber tenido hijos, ya que el silencio que había a su alrededor los entristecía.
La mujer dijo que se conformaría incluso con un hijo pequeño, que no fuese más grande que un pulgar. Días después la mujer enfermó, y al cabo de siete meses dio a luz un niño tan pequeño como un pulgar.
El matrimonio, contento, pensó en llamar al niño Pulgarcito. Por mucho que comía y pasaba el tiempo, el niño no crecía nada, pero por el contrario se trataba de un niño listo y muy hábil que conseguía hacer todo lo que se proponía.
Un día el padre se fue al bosque a cortar leña, y pensó que necesitaba a alguien que le llevase el carro. Pulgarcito se ofreció a hacerlo. Al padre le entró la risa debido a que era demasiado pequeño para llevar las bridas del caballo.
Pulgarcito se acercó a la oreja del caballo y le fue diciendo por dónde tenía que ir. Al rato encontraron a dos forasteros que se sorprendieron de ver al caballo moverse sin nadie que lo guiase. Decidieron seguir al carro hasta que llegó al lugar en el que se encontraba el padre.
Cuando vieron a Pulgarcito pensaron que podían conseguir una gran cantidad de dinero por enseñarlo. Se acercaron al padre le dijeron que se lo compraban. El padre se negó, pero Pulgarcito le dijo que lo vendiese y que él ya sabría cómo regresar.
Durante el camino, Pulgarcito se escondió en una madriguera de forma que los hombres no pudiesen cogerlo. Al final se rindieron y se marcharon. En su vuelta a casa encontró una caracola donde decidió quedarse a dormir. Al rato dos hombres pasaron barajando la posibilidad de robar al cura su oro y su plata. Pulgarcito se ofreció a ayudarles.
Al llegar, Pulgarcito entró en la casa y comenzó a gritar preguntando que qué querían que les sacase. Al final la cocinera se despertó y los ladrones huyeron. Pulgarcito se escondió y al final la mujer pensó que lo había soñado.
Pulgarcito decidió quedarse a dormir sobre la paja, pero al día siguiente, la cocinera fue a dar de comer a las vacas y Pulgarcito acabó en el estómago de una de ellas. Al verse en esta tesitura, Pulgarcito empezó a pedir ayuda, y la mujer pensó que la vaca hablaba. El cura acudió y ordenó matar a la vaca porque creía que era obra del diablo.
Pulgarcito que estaba todavía en el estómago de la vaca fue tragado de nuevo, pero esta vez por un lobo. Pulgarcito le ofreció al lobo decirle dónde podría encontrar buena comida a cambio de la libertad. El lobo le escuchó y se pegó un buen festín. Al querer salir había engordado tanto que ya no podía pasar por la puerta. Entonces Pulgarcito empezó a gritar hasta que despertó a los padres.
Los padres mataron al lobo y sacaron a Pulgarcito, con lo que de nuevo toda la familia volvió a estar junta.
FIN

El sastrecillo valiente


El sastrecillo valiente. Cuentos tradicionales para niños.
Érase un reino, cuya población ansiaba acabar con un horrible gigante, pues siempre estaba dañando sus cosechas. Pero esto no le preocupaba a un joven sastrecillo. El sólo quería comer su pan con mermelada y acabar con las moscas que no lo dejaban trabajar.
Un día, decidido, cogió su palmeta y, ¡zas!, siete moscas cayeron una tras otra. ”¡Maté siete de un solo golpe!”, gritó. Y, orgulloso, abrió la ventana repitiéndolo a todo pulmón. Un hombre, que venía pensando en el gigante, creyó que se refería a siete gigantes; corrió a decírselo al rey: “El sastrecillo mató siete gigantes, de un solo golpe”.
El rey y su hija, la hermosa princesa, ordenaron que el valiente sastrecillo se acercara inmediatamente a palacio. "Yo esperaba que el héroe fuera más fortachón", dijo el rey al ver al joven y simpático sastrecillo. "Debes ser muy valiente, para haber matado a siete gigantes de un solo golpe".
"¿Gigantes?", dijo intrigado el sastrecillo, sin poder aclarar el lío, pues en ese mismo momento lo abrazó la linda princesa y se le acercó el rey, para decirle afectuosamente:
"Si logras capturar al malvado gigante no sólo te daré tesoros, sino también la mano de mi bella hija, la princesa". "Su excelencia", dijo el sastrecillo, "meditaré su propuesta", y se marchó, pensando: '"Amo a la princesa, pero, ¿cómo mataría a un gigante?". De pronto, un ruido estremecedor lo obligó a subirse a un árbol de naranjas. ¡Era el gigante y por poco lo pisa! Creyó que allí estaba a salvo, pero el malvado, al verlas tan deliciosas, cogió varias naranjas para comérselas. Entre ellas iba nuestro pequeño amiguito. Cuando se quiso esconder, ya estaba en la enorme mano, cara a cara con el gigante.
"¡No te tengo miedo!" le dijo el sastrecillo mientras tragaba saliva, y de inmediato se escondió en la manga de su enorme camisa.
No tardó el gigante en capturarlo, llevándolo hasta el almacén de vinos de su gran castillo. Allí, el sastrecillo le dijo: "Yo maté a siete de un ¡zas!, ¿tú podrías tomarte todo el vino de este almacén?" El gigante lo miró, herido en su amor propio.
"¡Tú, vil sabandija, no me humillarás! ¡Claro que puedo hacerlo!", y el gigante empezó a beber; pero al tercer tonel cayó al piso totalmente borracho. Nuestro amiguito procedió a encadenarlo, y luego dio aviso a la corte para llevarlo a los calabozos. El sastrecillo fue recibido jubilosamente, y el rey procedió a casar a su bella hija con nuestro valiente amiguito.
FIN